Esta enfermedad puede manifestarse desde el comienzo de la existencia. Todos los niños, al nacer, entran a la vida llorando. Pero el llanto del niño epiléptico es prolongado, inagotable, sin motivo, atroz, infernal, que quita a los padres la alegría de tener un hijo para transformarlo en un suplicio que no los deja en paz ni de día ni de noche. Esto, durante los primeros tres meses de la vida. Después los síntomas se calman, incluso desaparecen por un tiempo, a veces por completo, hasta que la enfermedad se presenta. El segundo síntoma que aparece en orden según la edad es la convulsión. La convulsión es un ataque epiléptico en un niño pequeño.
Es muchísimo más fácil que en un niño causas externas provoquen una convulsión que en un adulto un ataque epiléptico. Los médicos pediatras no están todavía de acuerdo en cuanto al valor que deben atribuírseles a las convulsiones. Las dividen en dos grupos: las febriles y las no febriles. Suelen dar poca importancia a las primeras, puesto que, dada la labilidad del sistema nervioso central del niño, su-ponen que el estímulo fiebre ha sido capaz de desencadenarla. En cambio, les dan mucho mayor importancia a las no febriles, que ellos denominan también apiréticas, porque suponen que, en ausencia de causa determinante, la predisposición hereditaria debe haber sido importante. En nuestra experiencia damos siempre valor a las convulsiones, aunque sobrevengan en un clima de fiebre. Algo debe existir en la estructura del sistema nervioso central del pequeño, para que reaccione de esa manera. Y el 4% de convulsiones febriles en los niños es un claro antecedente de la cifra de prevalencia epiléptica que nosotros proponemos.
Desde que el niño comienza a caminar, a partir del año de edad, aparece otra manifestación que hemos visto vinculada a esta enfermedad: los trastornos del movimiento. Es de movimientos torpes, a veces demasiado lentos, otros demasiado rápidos y casi siempre descoordinados. Es por eso que se cae y se golpea mucho más que los niños corrientes. Las explicaciones familiares de la enfermedad invierten los hechos, atribuyen los síntomas que posteriormente presenta el niño, o el joven, a los muchos golpes que recibió en la infancia. En realidad, esos muchos golpes fueron debidos a una enfermedad tardíamente reconocida. Los pedíatras han acuñado un término: hiperquinéticos, que designa a los niños que se mueven demasiado y que no pueden dejar nada en paz. En el lenguaje popular son los denominados niños inquietos. Es en la primera infancia que se presenta uno de los con-juntos sintomáticos más característicos de esta enfermedad.
Un psiquiatra argentino, Enrique Pichón Riviére, ha reunido un conjunto de síntomas bajo la denominación de síndrome nocturno. Es decir, síntomas que se manifiestan durante el sueño. Otros epilépticos tienen sueños: sueños de mucha actividad, angustiantes. Algunos de ellos son imágenes en colores. Otros se despiertan despavoridos, porque las cosas que han soñado les impiden dormir.
Otros, por último, limitan su hiperactividad durante el sueño a un rechinar de dientes, bruxismo, de observación muy frecuente por los odontólogos que a veces aún despierta a los padres. Pero lo más llamativo del síndrome nocturno del epiléptico es el exceso de actividad.
"Cuando duerme es como si estuviera jugando un partido de fútbol” -nos decía una madre.
Y otra: "Hace con las sábanas una pelota, y al día siguiente están todas en el suelo".
Otra nos decía: “Yo tenía que atar las cobijas por debajo del colchón para que no amaneciera en el suelo".
Además, en sueños, el epiléptico habla. Muchas personas lo hacen. Sobre todo aquellas que tienen problemas importantes a resolver o han pasado el día en especial situación de tensión. Pero el epiléptico, y esta es una característica que es común a todos sus síntomas, lo hace de una manera permanente, desmesurada e inmotivada.
Algunos tienen tanta excitación que llegan a levantarse y caminar. Este signo, perfectamente conocido, es el denominado somnambulismo y es característico de la enfermedad. Paralelamente a la inquietud del niño durante el día se da también la inquietud, o la excitación durante la noche.
Ya hemos mencionado el orinarse en la cama, enuresis, hasta edades avanzadas de la vida. Desde los veinte meses, que se estima la edad normal de control del esfínter vesical por parte de los niños, el epiléptico se sigue orinando hasta los dos, tres, cuatro, ocho y a veces hasta los doce años o más. Se dan aún casos de personas adultas que tienen ocasionalmente incontinencia urinaria. Hay varias razones por las cuales un niño mayorcito se puede orinar durante el sueño. Las causas anatómicas, orgánicas, localizadas en el cuerpo, por ejemplo, mal formación de la vejiga, son lesiones del sistema urinario y los especialistas que se encargan de ellas son los urólogos. Realmente, las causas de este origen son excepcionales. También se orinan mas allá del tiempo habitual los débiles mentales u oligofrénicos. Esto, por otra parte, resulta natural, por un retraso de maduración.
El otro gran diagnóstico en que se ve la enuresis son las neurosis infantiles. Una de las maneras simbólicas que tiene el niño de de-mostrar su disconformidad frente a la vida, sea por no sentirse querido o por presenciar las peleas de su padres, o por la envidia por el nacimiento de un hermanito, es el mojar de noche la cama. Pasan los años y el niño entra en la escuela. También allí su conducta es peculiar. Junto a la prolongación de su exceso de motricidad, según el cual sigue siendo en la clase el mismo niño inestable, inquieto y destrozón que era en su casa, aparecen ahora algunas fallas dependientes del esfuerzo a que tiene que ser sometido. En esa edad suele evidenciarse, por primera vez, el síntoma denominado ausencia, durante el cual, por un instante el niño pierde contacto con el mundo que lo rodea. Después, al recuperarse, no tiene ni siquiera conciencia de su evasión psíquica. Pero la maestra o sus compañeritos lo notan porque desatiende la lección o deja caer algún objeto que tuviera entre sus manos.
El gran problema del niño epiléptico en la escuela es su dificultad para aprender, aunque esto no excluya niños evidentemente superdotados Como su sistema nervioso funciona desordenadamente, no puede adquirir los conocimientos que logran los otros niños. Y así retrasa el avance de su aprendizaje. Muchas veces el niño que padece de esta enfermedad pertenece al grupo de los que se denominan falsos oligofrénicos, es decir, los que aparecen con una disminución en el aprendizaje, pero cuyo coeficiente intelectual es en realidad normal.
Todo esto se debe a su sistema nervioso irregular. Imaginémonos a nuestro enfermito, todavía no diagnosticado, en el seno de la clase. Es revoltoso, inquieto, molesta a los demás e impide el normal curso de la enseñanza. Por momentos se distrae y la maestra lo reprende por desatento. Además, le cuesta asimilar los conocimientos Es un niño que ya no se encuentra entre sus padres que lo quieren, y aunque no lo comprenden, lo toleran y acompañan. Se encuentra en una situación en la que debe rendir, cumplir una tarea y comportarse de tal manera que no altere el aprendizaje de los demás. A partir de ahora aparecen una nueva serie de trastornos que lo han de acompañar durante toda su vida: la desadaptación social. En la familia es mínima, puesto que el amor de sus padres les hace tolerarlo.
Pero, a partir de la escuela, y más allá en todo otro tipo de relación en, que el epiléptico se encuentre, su problema ha de ser el mismo, muchas veces progresivo: debido a su problema neurológico tiene fallas en su adaptación social, en el liceo, en su grupo de amigos, en sus amores, en su trabajo, entre sus colegas y en todo lugar en que se encuentre. Es posible que llegue algún momento de su vida en que se sienta maltratado, acosado, perseguido, acorralado. Esto, a su vez, puede agriarle el carácter y transformarlo, junto a sus propios problemas psíquicos y neurológicos, en una persona resentida, problemática: a partir de esto, del hogar o de la escuela, o del trabajo, nuestro epiléptico será, además, un neurótico. El epiléptico es en muchos casos un mal alumno. No porque no sea inteligente: epilepsia y bajo nivel mental son dos dimensiones de la personalidad que pueden coexistir, pero no dependen la una de la otra.
Autor: ABRAHAM GENIS; genisfbl@cantv.net
http://www.psicologiacientifica.com/bv/imprimir-230-epilepsia-en-psiquiatria.html
20/03/07
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